Pet Shop Boys han anunciado hoy la publicación de Volume, un libro de casi 600 páginas que sirve como retrospectiva visual del grupo, incluyendo material como las portadas y demás elementos de todos sus discos, imágenes de sus vídeos, sesiones de fotos… Es la continuación del que publicaron en 2006, Catalogue (que ya era una maravilla), y supone, así, el registro visual completo del grupo desde 1984 hasta 2024. Sale a la venta en abril, pero se puede reservar y comprar ya (ya lo he hecho, claro), porque por lo visto ahora todo hay que comprarlo con meses de antelación.
También han anunciado para abril cinco conciertos íntimos en el Electric Ballroom de Camden para conmemorar el 40º aniversario del lanzamiento de su álbum de debut, Please. Más allá de que, como ya he comentado alguna vez, siempre es el aniversario de algo (siguiendo con Pet Shop Boys, hoy, por ejemplo, es el 35º del lanzamiento de “Being Boring” como single, nada menos), es muy guay y poco frecuente que uno de tus grupos favoritos te acompañe durante la mayor parte de tu vida, que hayan ido sacando discos todo el tiempo y que sigan activos y en plena forma. Hay un disco y una banda sonora de Pet Shop Boys para cada una de las etapas de mi vida. Y ojalá que haya muchos más.
Mi single de «West End Girls», comprado en su día en Simago por 295 pesetas.
I've heard so many songs that have ripped off New Order's immense "Bizarre Love Triangle"… now I have been alerted to the fact that they themselves probably ripped off this obscurity from 1984 to make that track…
Este artículo de The Verge (9/11/2025, en inglés y para suscriptores) critica cómo los algoritmos de recomendación han empobrecido el descubrimiento musical y estandarizado la creación.
Spotify es el servicio de streaming musical más popular del mundo. Aunque sus recomendaciones algorítmicas no sean necesariamente la razón, su alcance ha hecho que cientos de millones de personas reciban una dieta constante de música seleccionada por una máquina. El objetivo de Spotify es mantenerte escuchando pase lo que pase. En su libro Mood Machine, la periodista Liz Pelly relata una historia que le contó una ex empleada de Spotify en la que Daniel Ek dijo: “nuestro único competidor es el silencio”.
Según esta empleada, la cúpula de Spotify no se veía a sí misma como una compañía de música, sino como un pasatiempos. La empleada explicó que “la inmensa mayoría de oyentes de música no están realmente interesados en escuchar música per se. Solo necesitan una banda sonora para un momento de su día”.
Proporcionar simplemente una banda sonora para tu día puede parecer bastante inocente, pero determina cómo funciona el algoritmo de Spotify. Su objetivo no es ayudarte a descubrir música nueva, su objetivo es simplemente mantenerte escuchando el mayor tiempo posible. Te sirve las canciones más seguras posibles para evitar que pulses stop.
La empresa incluso llegó a asociarse con bibliotecas musicales y productoras dentro de un programa llamado Perfect Fit Content, o PFC. Esto trajo la creación de artistas falsos o “fantasma” que inundaron Spotify con canciones específicamente diseñadas para ser agradables e ignorables. Es música como contenido, no como arte. (El director de comunicación corporativa de Spotify, Chris Macowski, afirma que la compañía no crea música en sí y que los artistas “a menudo usan seudónimos para distinguir proyectos comerciales de trabajos personales”).
Los servicios de streaming también proporcionaron a los sellos discográficos una cantidad increíble de datos sobre lo que la gente estaba escuchando. Y, en una especie de bucle de retroalimentación, los sellos empezaron a priorizar artistas que sonaban como lo que la gente ya estaba escuchando. Y lo que la gente estaba escuchando era lo que sugería el algoritmo.
Los artistas, especialmente los nuevos que intentaban abrirse paso, empezaron de hecho a cambiar cómo componían para rendir mejor en la era del streaming impulsado por algoritmos. Las canciones se hicieron más cortas, los álbumes más largos y las introducciones desaparecieron. El estribillo se adelantó al principio de la canción para tratar de captar la atención de los oyentes de inmediato, y cosas como los solos de guitarra prácticamente desaparecieron del pop. La paleta de sonidos de la que tiraban los artistas se redujo, los arreglos se simplificaron, el pop se aplanó.
En un mundo donde la mayoría del contenido nos llega de forma algorítmica, ya sea en Spotify, YouTube o TikTok, el descubrimiento musical ha sufrido. La firma de investigación de mercados MIDiA publicó en septiembre un estudio alarmante que decía: “cuanto más dependientes son los usuarios de los algoritmos, menos música escuchan”. Concluyó que, aunque el descubrimiento de música nueva se asocia tradicionalmente con la juventud, “los jóvenes de 16 a 24 años son menos propensos que los de 25 a 34 a haber descubierto un artista que aman en el último año”. La GeneraciónZ puede oír una canción que les gusta en TikTok, pero rara vez investigan más allá para escuchar más música de ese artista.
¿Cuán importantes son las letras de las canciones? Para mí, depende. Hay mucha música que me gusta cuya letra no entiendo, o a la que no le he prestado especial atención, y aun así me gusta genuinamente (o ni siquiera es lo más importante, como en la música de baile, donde es irrelevante o incluso inexistente; y, por descontado, también existe la música instrumental). En otros casos, y en muchos de mis grupos favoritos, la gracia es la simbiosis y la complementación entre ambas cosas (Pet Shop Boys, Astrud, Los Planetas; Mecano, si me apuras: tienen algunas letras horribles, pero muchas otras excelentes, aunque se suelan señalar más las primeras que las segundas). Y también hay casos como el de The Smiths, que me gustaban más o menos hasta que descubrí lo que contaba Morrissey, y fue entonces cuando me empezaron a emocionar realmente (gracias, siempre, Luis Troquel, por este libro; con él empezó todo). No hay una regla, como tampoco hay un solo tipo de música ni una única cosa que apela a tus sentimientos. Everything in its right place.
Fan fatal fue el último álbum de Alaska + Dinarama, aquel en el que coquetearon con el acid house (era el momento) y que fue tal punto de inflexión que supuso la huida de Carlos Berlanga para empezar su carrera en solitario y el rebranding de Alaska y Nacho Canut, que al año siguiente sacarían su primer álbum como Fangoria (y qué gran grupo fueron al principio). Este disco, de producción y diseño imponentes (lo primero a cargo de Rebeldes Sin Pausa, lo segundo de Berlanga, Víctor Abundancia, Jaime Travezán y Pablo Sycet) se hizo famoso sobre todo por “Mi novio es un zombi” y “Descongélate”. “El diablo anda suelto”, prima hermana estilísticamente de esta última, es, sin embargo, mi favorita del disco.
Aparte de El Disco, esta semana también se ha publicado el tercer álbum de los londinenses Sorry, que lleva por título COSPLAY. Sorry es un grupo que no ha tenido demasiado éxito comercial (ninguno de sus dos primeros discos entró al top 100 de las listas británicas), pero con el que tengo ―tenemos― una conexión muy especial que hace que esté entre nuestros favoritos.
Todo viene de la edición de 2017 del Visions, un festival multisala que se celebraba en Londres. Allí, en The Sebright Arms, vemos por primera vez a Sorry, oficialmente un quinteto pero cuyo núcleo duro lo forman Louis O’Bryen y Asha Lorenz, amigos de la infancia y fundadores de la banda. Apenas vemos un par de canciones, porque poco después, en otro venue tocan Shame, que es a quienes en realidad queremos ver, pero nos quedamos con el nombre, y la chispa de Sorry ya ha prendido.
Al año siguiente tocan en otro festival al que vamos, The Great Escape, en Brighton, y repiten en el Visions, y a esas alturas ya somos fans y vemos los dos conciertos completos. Hasta entonces no tienen aún un álbum, sino que van publicando singles y un par de mixtapes. Luego llegamos al punto de hacer viajes ex profeso para verlos, así que en febrero de 2020 nos plantamos en Oxford, donde después del concierto se quedan firmando discos (acaban de publicar, ahora sí, su primer álbum, 925) y hablando con la gente, y tengo la oportunidad de hablar con Louis, que está en una esquina con cara de aburrido, pero finalmente me da palo y no le digo nada.
Estamos en febrero de 2020, y el álbum acaba saliendo oficialmente el 27 de marzo. Y ya sabemos qué paso en marzo de 2020, ¿no? Para mí esa es una de las claves del poco impacto de ese disco, del que no se pudo hacer promoción ni gira de presentación. Nosotros, en nuestra vorágine fan, teníamos ya entradas y billetes de avión comprados para verlos en Bruselas y Ámsterdam, pero ninguno de los dos acaba sucediendo, claro.
Un fundido en negro y después… estamos en octubre de 2022 en Brighton, en la presentación de su segundo álbum, Anywhere But Here, en la tienda de discos Resident, donde nos firman el disco y hablamos bastante animosamente (y yo paso bastante maleducadamente del resto de miembros del grupo, porque yo con quien quiero hablar es con Louis y Asha). Les contamos que los hemos visto ya varias veces y que unos días después iremos a verlos… a París (supongo que para resarcirnos para aquellos de la pandemia que nunca sucedieron). Ya en la capital francesa, veo justo antes del concierto en el bar de al lado de la sala a Louis, intento hablar con él, pero ni me reconoce de Brighton ni parece con demasiadas ganas de charla, así que le doy las gracias, le deseo un buen concierto y no lo molesto más.
La última vez que los vimos fue como teloneros de Fontaines D.C. en Dublín el pasado diciembre, donde tocaron ya varias canciones de este tercer disco, que, como digo, salió ayer. Curiosamente, nunca los hemos visto en España; iban a actuar en Madrid y Barcelona (teníamos entradas para el primero), pero acabaron cancelando, no recuerdo la razón. Aparte de eso, creo que aquí solo han estado en algún festival suelto. ¿Cuándo será la próxima vez? No lo sé muy bien, ese tipo de viajes improvisados que hacíamos eran más fáciles desde Madrid. En diciembre tienen gira por Estados Unidos, luego por Reino Unido y más tarde el resto de Europa, así que quién sabe. En cualquier caso, me alegro de que, al menos en cuanto a conciertos, les vaya genial, y les deseo lo mejor, porque los quiero mucho.
Sus dos primeros discos me gustan un montón; de este último estoy en proceso de escucha todavía, pero tiene muy buena pinta (la primera canción, “Echoes”, que ya conocía, me flipa) y me mola que sigan a su bola, haciendo lo que quieren y sin ser complacientes. Otra de ellas, “Candle”, la eligió el otro día Rockdelux como canción del día, y me molan las palabras que les dedicó Juanma Freire, uno de mis críticos favoritos (y creo que también fan), y que reproduzco aquí (y de paso él os explica mejor a qué suenan Sorry).
Tras aciertos del nivel de “Waxwing” o la fascinante “Echoes”, especie de eslabón perdido entre Beach House y Sonic Youth, Sorry terminan de avanzar el álbum “COSPLAY” –previsto para hoy, viernes, día 7– con la arrastrada “Candle”, nueva señal de que el nuevo largo del grupo indie londinense es el más variado hasta la fecha. El elemento cohesivo entre todos los adelantos y, quizá, todo el tracklist es un nervio sugerente, una sensación estimulante de que cada canción está aún por terminar de formar y que podría romperse en nuestros oídos en algún momento.
Asha Lorenz y Louis O’Bryen, núcleo creativo del proyecto, siguen buscando formas de no repetirse y añadir dosis de intriga a su día a día. En el caso concreto de “Candle”, sorprenden con un piano medio honky tonk, de los que tanto gustan a la gran Aimee Mann, o una Lorenz menos estoica que expresiva, que se deleita sonoramente cantando la palabra “cunt” (“zorra”) y parece mirar hacia la intensidad blues de Beth Gibbons en el tercer y mejor minuto de canción. Quizá no tenga el impacto directo de “Echoes”, pero tras un puñado de escuchas se revela como un grower, y crecer, ha crecido, desde que empezaron a tocarla en directo a finales de 2024.
“COSPLAY” es la esperada continuación de “Anywhere But Here” (2022), un segundo disco en el que, con ayuda de Adrian Utley (Portishead) y Ali Chant en la producción, Sorry se asomaban a un potencial masivo sin abandonar su idiosincrasia. Allí, “Screaming In The Rain”, con algo de dueto imaginario entre Damon Albarn y Karen O, debió ser un hit en toda regla, pero no lo fue. Con este nuevo álbum no parecen aspirar a según qué niveles de fama, pero lo mainstream admite ahora muchas formas y, quién sabe, quizá “COSPLAY” les dé una nueva dimensión popular. Estaremos atentos al desarrollo de su historia.
Otro día, un listado con mis canciones favoritas de Sorry.
En este artículo de The Guardian (ojo, con muchos spoilers) destacan que la final de The Celebrity Traitors fue vista por más de 11 millones de espectadores. Para que nos hagamos una idea, la audiencia media de El hormiguero, uno de los programas más vistos de España, anda por los dos millones. El Reino Unido tiene en torno a 70 millones de habitantes y España cerca de 50; aun así, la diferencia es abismal. Cifras como las de The Celebrity Traitors, que allí es un fenómeno social, aquí están reservadas solamente a ciertos partidos de fútbol. También se destaca su éxito entre la generación Z: aunque cada vez están más alejados de la televisión lineal en directo, la final del programa fue vista por el 81% de los espectadores de 16 a 24 años que estaban viendo la tele en ese intervalo.
Hace un rato ha terminado The Celebrity Traitors, y el programa final ha estado a la altura de toda la temporada y más allá: ha sido increíblemente vibrante y he gritado y llorado con el desenlace. Como ya he dicho en varias ocasiones, nunca me había gustado tanto un formato televisivo.
No voy a dar más detalles sobre la temporada y su final, pero tomaré como excusa el programa para hablar de uno de sus concursantes, el presentador Jonathan Ross. Durante el tiempo que viví en Inglaterra veía muy a menudo el talk show que tenía en la BBC, y siempre tengo presente esta entrevista que le hizo por aquel entonces (2004) a Morrissey, que estaba a punto de lanzar el fabuloso You Are The Quarry. Es un intercambio muy divertido, en el que Ross empieza preguntándole al cantante si puede llamarle Stephen (obviamente responde que no) y continúa tratando de entablar amistad con él, algo en lo que Morrissey tampoco está especialmente interesado, porque ―dice―no le gusta la gente, aunque al final casi cede. También charlan sobre vegetarianismo y Mozzer deja algún otro titular como «I don’t perform, ever».
La entrevista es, obviamente, en inglés, y los subtítulos automáticos que se pueden seleccionar en YouTube ayudan a no perderse en algunas partes.
Gracias a esta recomendación de @srlansky en Bluesky, estos días no dejo de escuchar el disco de nous étions une armée, un grupo francés del que no había oído hablar, y además él describe perfectamente tanto aquello a lo que recuerda (hace no mucho colgaba yo también por aquí esta obra maestra de Diabologum) como lo que evoca (sí aquellos FIB de finales/principios de siglo).
Qué cosa tan maravillosa el disco de nous étions une armée. Apela a un tipo de nostalgia muy específica: grupos franceses que tocaban en el escenario Viaje a los sueños polares del FIB. Recuerdan a Diabologum y al disco de Michel Houellebecq con Bertrand Burgalat.www.youtube.com/watch?v=psOE…
Es un álbum muy entretenido de escuchar, que a mí me entrado a la primera y cuya secuenciación, alternando momentos de intensidad con otros más serenos, como para tomar aire, contribuye a inesperadas descargas emocionales, y más teniendo en cuenta que no sé muy bien de qué habla, ya que no he encontrado por ahí las letras y mis conocimientos de francés no dan para tanto. Pero musicalmente hay algo que me llega y me estimula profundamente.
Algunas canciones a destacar: la que le da título al álbum y también «territoire perdu» o «le poignard dans le <3» (que, como algunas otras, tiene además un cierto punto radioheadesco).