Categoría: [Prensa]

  • Adolescencia inacabada

    Me ha encantado este mashup, está superbién hecho, aunque claro, también hay que tener en cuenta que parte de dos temazos como «West End Girls» y «Unfinished Sympathy». «Con buen pijo, bien se jode, ¿no sabes?», que decía la Madonna chanante.

    Massive Attack & Pet Shop Boys – Unfinished Sympathy/West End Girls (Matt One 2025 mashup) (Reddit)


    Decía yo el otro día que «la memoria […] no es más que un puzzle arrojado sobre una mesa al que le faltan piezas que vamos rellenando creativamente. Que lo que no recordamos bien, nos lo inventamos, vamos, y que además eso cada vez se va convirtiendo más en un teléfono escacharrado mental y en un abismo entre lo realmente sucedido y lo supuestamente recordado». Que eso no se me ha ocurrido a mí solo, obviamente, pero me ha hecho gracia que Isaac Rosa en un artículo publicado estos días haya utilizado también la metáfora del teléfono escacharrado, que ahí sí pensaba yo de modo iluso que estaba siendo un poco original.

    Eso que dice la neurociencia de que cuando recordamos un suceso, en realidad lo que recordamos es el recuerdo que elaboramos la última vez que tratamos de recordarlo, valga el trabalenguas. Mis diecisiete que yo le cuento a mi hija con toda viveza, en realidad son una vieja retahíla que ha ido cambiando en cada recuento, cual juego del teléfono escacharrado.

    Hay muchas otras cosas ahí que suscribiría yo perfectamente (aunque no tenga descendencia).

    Pero mayor es la distancia entre aquel adolescente que fuimos, y los adolescentes de hoy. Mi propia hija. Por mucho que queramos creer que la juventud es la misma en cada época (y en cierto sentido lo es, sin paradoja), y por más que los cuarentones y cincuentones de hoy nos sintamos eternamente jóvenes (no lo somos, y siento decirte que tus hijos te ven tan mayor como tú veías a tus padres entonces), mis diecisiete de 1991 están tan lejos de los diecisiete de mi hija, como lo estaba yo entonces de los diecisiete de mi padre. O seguramente más, por la aceleración de estas décadas, no solo aceleración tecnológica.

    Me hace gracia pensar que para mi hija el Nevermind de Nirvana es tan antiguo como lo era para mí el primer disco de Elvis Presley: la misma distancia en años desde nuestras respectivas adolescencias. La caída de las Torres Gemelas que sacudió mi juventud es tan histórica para ella como lo fue para mí el mayo de 1968. A veces no nos damos cuenta, porque vivimos acelerados y a la vez atrapados en un eterno presente: los mismos grupos de mi adolescencia siguen hoy tocando en festivales, la industria cultural se alimenta de remakes y reboots, y la política más reaccionaria nos vende nostalgia. Pero por muy cercanos que nos sintamos ella y yo, no vivimos en el mismo mundo. Y por bien que nos entendamos, no hablamos el mismo idioma. Ningún lamento en que sea así, ley de vida.

    Yo no idealizo mi juventud, ni se la deseo a mi hija. Su futuro no está en mi pasado. No sé si su tiempo es más o menos difícil que el que me tocó a mí, las comparaciones históricas no suelen funcionar bien, y me pongo en guardia ante cualquier frase que comience con “en mis tiempos…”.

    Esta última frase me ha hecho recordar otra de esta entrevista a Yolanda Ramos (las negritas son mías y no puedo estar más de acuerdo).

    P. La película reivindica a la llamada «generación de cristal». 

    R. No me gusta ese término. El primer síntoma de que te estás haciendo viejo es cuando empiezas a criticar a los jóvenes, cuando te metes con unos niños que no tienen ninguna esperanza ni en el trabajo ni en nada. A mí me rompe el alma ver a un adolescente llorar, excepto a la mía [risas]. Tiene 13 años, una edad muy complicada. Si acaba llorando, es porque me ha dado por saco.

    P. ¿Por qué subestimamos a los jóvenes?

    R. Siempre pasó. En mi época era porque no sabíamos lo que habían pasado nuestros abuelos en la guerra. Yo nunca le digo a mi hija: “Si te hubiera tocado mi tiempo”. No quiero que le hubiera tocado mi tiempo.


    David Bowie en 1980 siendo effortlessly cool, como solo él sabía.

    David Bowie in Kyoto, Japan, 1980 📷 Masayoshi Sukita (Andy Mackenzie en Bluesky)

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  • Cultura que pica

    Se me había quedo pendiente recomendar este estupendo artículo que escribió Elena Cabrera para elDiario.es, en el que contaba con pelos, señales y muchos protagonistas, la intrahistoria de Superestar. Entre otras cosas, Tori Alimbau confirma lo que ya nos había contado Tito Pintado por aquí, que esa ‘e’ que va en medio se le había ocurrido a él.

    “Tito me dijo ‘mi canción se va a llamar Superstar’ y yo le dije ‘le tienes que poner una e, como si dijeras super y estar. Un rollo como de David Lynch, como de estar en el ajo, estar en el candelero, pero también algo castizo como de cuarto de estar”, explica. Tori mira la portada en su móvil mientras habla por teléfono y piensa que debería haber puesto la e en cursiva para que se notara más. El diseñador se ríe al enterarse de que la serie que ha rodado Nacho Vigalondo para Netflix también se llama Superestar, con la e en medio. “Fue la mayor gamberrada, sin intención de ser gamberros”.

    Otra cosa que me ha llamado la atención es que se dice (y no tengo por qué dudar que es cierto) que la canción «La pesada» la escribió Juanjo Fernández, conocido sobre todo por su proyecto Teen Marcianas y fallecido en 2021. Yo no tengo la edición física de Superestar, pero en Discogs aparece acreditada a un tal J. Fernández, y al pinchar al enlace te lleva al perfil de Joaquín Rodríguez, de Los Nikis (que se apellida Fernández de segundo). Y Joaquín de Los Nikis es la persona que yo siempre pensaba que había compuesto «La pesada», aunque tiene más sentido que fuera Juanjo Fernández, ya que la producción y los arreglos sí se le acreditan a Teen Marcianas.

    Igual el lío viene de este artículo de 2001 de La Luna de El Mundo, donde ya se produce esta confusión.


    Recomiendo, eso sí, evitar leer los comentarios al artículo, y en general cualquier comentario que se deja en la sección de Cultura de elDiario.es, que suele estar llena de gente a la que 1) no le gusta la cultura, o 2) solo le gusta lo que ellos consideran cultura (supongo que serían felices con artículos diarios sobre Ismael Serrano, Serrat y el Nuevo Mester de Juglaría).

    Cultos y furiosos.

    Lo que está muy bien es su boletín semanal, que suelen escribir la propia Elena Cabrera o también Javier Zurro, la opción para suscribirse está en esta página.


    También muy recomendable es Siesta en la pagoda, la newsletter de Cristina Plaza, también conocida musicalmente como Daga Voladora. Su última entrega, SINCARAZ PARA JUBILADOS, es particularmente desternillante, una crónica sui géneris de la final del Open USA de tenis como no podrás leer en ningún otro lugar.


    Y last but not least, el blog picadura de abeja, en el que Estanis Solsona hace una de las cosas que más le gustan: escribir sobre música. Estanis ha sido colaborador de varios medios musicales españoles y es también el autor de Peace Isn’t Quiet – La Música de Kristin Hersh (Ed. Milenio, 2018). Contaba el otro día en Bluesky que andaba un poco con «bloqueo del escritor», pero lo ha roto con esta crónica de, precisamente, un concierto de Throwing Muses en La Marbrerie de París (un sitio muy guay donde yo vi el año pasado a Françoiz Breut, por cierto), y espero que continúe el desbloqueo.

    Foto: Estanis Solsona

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