Suede: deprimido con Antidepressants

Hay mucha ―muchísima― gente, encantada con Antidepressants, el nuevo álbum de Suede, décimo ya de su carrera y quinto desde que volvieran en 2013 tras su separación y posterior regreso. Entre esa gente están críticos musicales que en los últimos tiempos habían sido bastante tibios con ellos y también público que había escuchado sus últimos discos de refilón o que directamente no lo había hecho. Ahora mismo tiene una puntuación de 91/100 en Metacritic y mañana podría ser número 1 en el Reino Unido (con permiso de Sabrina Carpenter, que en realidad es probable candidata a repetir en lo más alto en su segunda semana), algo que en el pasado Suede consiguieron tres veces, la última con Head Music en 1999. Aclaro aquí que de sus últimos cinco discos, todos han entrado dentro del top 10 británico, y que el anterior, Autofiction, fue número 2, así que tampoco es que ninguno de ellos haya sido un fracaso estrepitoso, al menos si tomamos como referencia las listas (con todas las reservas que eso conlleva teniendo en cuenta el sistema actual, donde la mayoría de los álbumes pueden tener una excelente primera semana impulsados por su fanbase, las diferentes ediciones, boxsets, etc. y a la siguiente caerse incluso del top 100). Tampoco descarto en esta renovada atención por el grupo el papel que puede jugar el innegable revival del britpop, varios de cuyos otros ases están de nuevo bajo el foco (aunque probablemente Suede fueran de los menos britpop del britpop).

Soy muy fan de Suede (y vivo con una persona que lo es incluso más). Lo soy desde los 90, desde que en Los 40 de Canal+ pusieron en dos semanas consecutivas los vídeos de «The Drowners» y «Animal Nitrate», que me volaron la cabeza. Lo dejé de ser un poco cuando el desastre de la época final que desembocó en A New Morning, pero luego lo he sido todavía más durante esta segunda etapa. Los hemos visto tantas veces en directo que ya he perdido la cuenta: en varias giras distintas en el Reino Unido (con hasta cuatro conciertos consecutivos en cada una viajando en tren entre las distintas ciudades) y en otros muchos lugares españoles o europeos, ya fuera en sala o en festivales; hemos estado en las primeras filas siempre que el núcleo duro de su peculiar club de fans (The Insatiable Ones, un universo en sí mismo) lo permitiera con su estricto sistema de turnos; hemos tocado (con el debido respeto) y abrazado a Brett, y hablado con él y el resto de miembros del grupo en firmas de discos. «You’re not a heritage band!», le dije una vez, algo que también ellos defienden, aunque muchas veces, y viendo sus setlists, esto esté más sostenido por palabras que por hechos.

No cuento todo esto, por supuesto, porque crea que mi opinión es más válida que la de nadie, sino para contextualizar un poco de dónde viene. Y también para que se entienda que con este bagaje lo normal debería ser que estuviera contentísimo con la acogida de Antidepressants, y no es que no lo esté, porque obviamente me alegro de que les vaya bien, pero también me da un poco de rabia que sea con un disco que a mí no me parece precisamente de los más memorables que han sacado últimamente. No me gustan nada ni la canción que le da título al álbum, que fue la primera que se conoció (en una versión en directo), ni el primer single («Disintegrate») ni el tercero, que parece haberse revelado como nuevo hit instantáneo de la banda («Dancing With The Europeans»). Sí me gusta, y mucho, el segundo single («Trance State»), que me parece de largo la mejor canción del disco. Pero con este balance de una de cuatro, cuando llegó la hora de comprar entradas para las presentaciones, firmas, conciertos… esta vez tuvimos demasiadas dudas y no ha habido nada de eso (ni la compra de varias ediciones distintas del disco para apoyar su llegada al número 1, que hemos sido de los que en el pasado han participado en ese juego perverso, confieso). También es cierto que la logística desde aquí es más difícil que desde Madrid para ese tipo de viajes, pero más que nada ha sido, esta vez, la falta de ilusión.

Cero objeciones a esta maravilla.

Brett Anderson ha repetido hasta la saciedad en las entrevistas que Autofiction era su disco punk y que Antidepressants sería su disco post-punk. Obviamente, es un titular demasiado jugoso como para no incluirlo en todas y cada una de las críticas (como reconoce Sebas en Jenesaispop, que lo hace pero siendo consciente de que ahí estaba el anzuelo). Sin embargo, el guitarrista Richard Oakes, cuando le preguntan por esa frase en otra entrevista en Rockzone, primero se excusa y luego da una explicación que a mí me parece más ajustada a la realidad:

Bueno, la razón por la que no hago muchas entrevistas es porque no se me ocurren frases ingeniosas y llamativas (risas).

[…]

Pero después de The Blue Hour, cuando decidimos empezar de cero en cuanto a enfoque, fue: vamos a ser disonantes, toquemos solo acordes disminuidos, notas que no encajan bien con el acorde. En Antidepressants, muchas notas no se ajustan a la armonía: quintas disminuidas, sextas bemol… cosas incómodas. Y me gusta. Es mi gusto ahora mismo: tocar cosas algo ásperas y cortantes. Pero eso no significa que en dos años no estemos escribiendo cosas mucho más melódicas. Nunca se sabe, simplemente sigues lo que sientes. Es como cuando escuchas bandas como Sonic Youth, o el lado más alternativo de Nirvana, que no escribían canciones siguiendo un libro de acordes. Solo ponían los dedos en el mástil hasta que algo sonaba bien. Me gusta ese enfoque.

Los dos últimos discos de Suede tienen, efectivamente, menos arreglos de cuerdas, guitarras más pronunciadas y un sonido, podríamos decir, más crudo (y la característica repetida además de que a Brett ahora le gusta mucho recitar ciertas partes en vez de cantarlas), y está claro que, aunque como titular sea efectivo, yo sigo sin ver qué tienen de punk canciones como «She Still Leads Me On» o de post-punk «Dancing With The Europeans». Puestos a buscar titulares, el mío sería que Antidepressants es Autofiction part 2… pero con peores canciones. Quitando la citada «Trance State» no encuentro aquí ninguna otra que brille a la altura que lo hacían «She Still Leads Me On», «Personality Disorder», «15 Again», la espectacular «The Only Way I Can Love You» o, mi favorita, una cara B no incluida en el disco titulada «The Sadness In You, The Sadness In Me».

Insisto, no quiero decir con todo esto que yo tenga razón y que soy el que voy conduciendo en el sentido correcto mientras esquivo mareas de coches kamikazes. Está claro que hay en estas canciones algo que ha conectado con otro público y no conmigo (ni con otros muchos fans acérrimos, esto también es cierto), no pasa nada. Pero, y tal vez esto sea más anecdótico que otra cosa, los propios títulos de las canciones ya me tiraban un poco atrás, yendo desde lo autoparódico (el «Dancing With The Europeans» que remite a «Europe Is Our Playground», como también señala Sebas en su crítica), otros que parecerían versiones fake de canciones de otros grupos porque no has podido comprar los derechos de la real («Disintegrate», «June Rain») o, lo que es peor, otros que podrían perfectamente ser de los U2 de la última época («Somewhere Between An Atom And A Star», «Broken Music For Broken People» o «Life Is Endless, Life Is A Moment»). Incluso musicalmente «June Rain» tiene algo de esos U2 pochos, como cuando Brett entona «walk into the traffic flow«, que puedes imaginarte perfectamente a Bono cantándolo.

Un montaje que me ha hecho mucha gracia, con todas las veces que Suede dicen car en sus canciones.

Volviendo a «Dancing With The Europeans», pues sí parece que será uno de sus nuevos éxitos, pero tampoco es nada nuevo que puedas detestar grandes hits de tus grupos favoritos. A mí con ellos me pasa con varias («She’s In Fashion», «Can’t Get Enough», «Metal Mickey», incluso un poco con «The Wild Ones»…), pero especialmente con «Beautiful Ones», que no la soporto, especialmente en la versión extendida que hacen últimamente en directo con extra de na-na-nas, arriba-esas-palmas y todos-juntos-conmigo. Pues a ese selecto grupo ha entrado instantáneamente la de los europeos bailando, que me ha rechinado desde el primer momento y es superior a mis fuerzas, no puedo con ella.

«Dancing With The Europeans» tampoco ha calado demasiado en el club de fans oficial; «June Rain», curiosamente, sí.

En fin, quién sabe, aunque hora mismo lo vea muy improbable, si de repente en un futuro próximo tendré una epifanía y el disco me acabará encantando, ojalá, y, no nos engañemos, es muy posible que vuelva a verlos si amplían la gira el año que viene (para finalmente acabar siendo, irónicamente, uno de los europeos bailando con ellos esa odiosa canción). En cualquier caso, aprovecho para recomendar los otros cuatros discos de esta segunda época, por si a alguien le apetece seguir reconectando: Bloodsports (quizá el que menos me guste de estos cuatro, pero aun así con algunas canciones muy destacables), Night Thoughts (que presentaron con una gira muy chula, y en algunos sitios incomprendida, interpretando en el mismo orden del disco las canciones refugiados tras un telón en el que se proyectaban vídeos hechos ex profeso), The Blue Hour (otro disco muy oscuro a su manera, el favorito de Mariana Enríquez, otra fan fatal de Suede sobre los que escribió un libro, e inspirador, según ella, de Nuestra parte de noche) y, mi favorito y creo que el más completo en su conjunto, Autofiction.

Y para terminar, una lista de canciones de estos últimos doce años. A quien le gustaran Suede en los 90 o a quien le haya encantado Antidepressants, me cuesta creer que no le gusten también estas.

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