Etiqueta: Pet Shop Boys

  • Pump up the Volume

    Pet Shop Boys han anunciado hoy la publicación de Volume, un libro de casi 600 páginas que sirve como retrospectiva visual del grupo, incluyendo material como las portadas y demás elementos de todos sus discos, imágenes de sus vídeos, sesiones de fotos… Es la continuación del que publicaron en 2006, Catalogue (que ya era una maravilla), y supone, así, el registro visual completo del grupo desde 1984 hasta 2024. Sale a la venta en abril, pero se puede reservar y comprar ya (ya lo he hecho, claro), porque por lo visto ahora todo hay que comprarlo con meses de antelación.

    También han anunciado para abril cinco conciertos íntimos en el Electric Ballroom de Camden para conmemorar el 40º aniversario del lanzamiento de su álbum de debut, Please. Más allá de que, como ya he comentado alguna vez, siempre es el aniversario de algo (siguiendo con Pet Shop Boys, hoy, por ejemplo, es el 35º del lanzamiento de “Being Boring” como single, nada menos), es muy guay y poco frecuente que uno de tus grupos favoritos te acompañe durante la mayor parte de tu vida, que hayan ido sacando discos todo el tiempo y que sigan activos y en plena forma. Hay un disco y una banda sonora de Pet Shop Boys para cada una de las etapas de mi vida. Y ojalá que haya muchos más.

    Mi single de «West End Girls», comprado en su día en Simago por 295 pesetas.

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  • Adolescencia inacabada

    Me ha encantado este mashup, está superbién hecho, aunque claro, también hay que tener en cuenta que parte de dos temazos como «West End Girls» y «Unfinished Sympathy». «Con buen pijo, bien se jode, ¿no sabes?», que decía la Madonna chanante.

    Massive Attack & Pet Shop Boys – Unfinished Sympathy/West End Girls (Matt One 2025 mashup) (Reddit)


    Decía yo el otro día que «la memoria […] no es más que un puzzle arrojado sobre una mesa al que le faltan piezas que vamos rellenando creativamente. Que lo que no recordamos bien, nos lo inventamos, vamos, y que además eso cada vez se va convirtiendo más en un teléfono escacharrado mental y en un abismo entre lo realmente sucedido y lo supuestamente recordado». Que eso no se me ha ocurrido a mí solo, obviamente, pero me ha hecho gracia que Isaac Rosa en un artículo publicado estos días haya utilizado también la metáfora del teléfono escacharrado, que ahí sí pensaba yo de modo iluso que estaba siendo un poco original.

    Eso que dice la neurociencia de que cuando recordamos un suceso, en realidad lo que recordamos es el recuerdo que elaboramos la última vez que tratamos de recordarlo, valga el trabalenguas. Mis diecisiete que yo le cuento a mi hija con toda viveza, en realidad son una vieja retahíla que ha ido cambiando en cada recuento, cual juego del teléfono escacharrado.

    Hay muchas otras cosas ahí que suscribiría yo perfectamente (aunque no tenga descendencia).

    Pero mayor es la distancia entre aquel adolescente que fuimos, y los adolescentes de hoy. Mi propia hija. Por mucho que queramos creer que la juventud es la misma en cada época (y en cierto sentido lo es, sin paradoja), y por más que los cuarentones y cincuentones de hoy nos sintamos eternamente jóvenes (no lo somos, y siento decirte que tus hijos te ven tan mayor como tú veías a tus padres entonces), mis diecisiete de 1991 están tan lejos de los diecisiete de mi hija, como lo estaba yo entonces de los diecisiete de mi padre. O seguramente más, por la aceleración de estas décadas, no solo aceleración tecnológica.

    Me hace gracia pensar que para mi hija el Nevermind de Nirvana es tan antiguo como lo era para mí el primer disco de Elvis Presley: la misma distancia en años desde nuestras respectivas adolescencias. La caída de las Torres Gemelas que sacudió mi juventud es tan histórica para ella como lo fue para mí el mayo de 1968. A veces no nos damos cuenta, porque vivimos acelerados y a la vez atrapados en un eterno presente: los mismos grupos de mi adolescencia siguen hoy tocando en festivales, la industria cultural se alimenta de remakes y reboots, y la política más reaccionaria nos vende nostalgia. Pero por muy cercanos que nos sintamos ella y yo, no vivimos en el mismo mundo. Y por bien que nos entendamos, no hablamos el mismo idioma. Ningún lamento en que sea así, ley de vida.

    Yo no idealizo mi juventud, ni se la deseo a mi hija. Su futuro no está en mi pasado. No sé si su tiempo es más o menos difícil que el que me tocó a mí, las comparaciones históricas no suelen funcionar bien, y me pongo en guardia ante cualquier frase que comience con “en mis tiempos…”.

    Esta última frase me ha hecho recordar otra de esta entrevista a Yolanda Ramos (las negritas son mías y no puedo estar más de acuerdo).

    P. La película reivindica a la llamada «generación de cristal». 

    R. No me gusta ese término. El primer síntoma de que te estás haciendo viejo es cuando empiezas a criticar a los jóvenes, cuando te metes con unos niños que no tienen ninguna esperanza ni en el trabajo ni en nada. A mí me rompe el alma ver a un adolescente llorar, excepto a la mía [risas]. Tiene 13 años, una edad muy complicada. Si acaba llorando, es porque me ha dado por saco.

    P. ¿Por qué subestimamos a los jóvenes?

    R. Siempre pasó. En mi época era porque no sabíamos lo que habían pasado nuestros abuelos en la guerra. Yo nunca le digo a mi hija: “Si te hubiera tocado mi tiempo”. No quiero que le hubiera tocado mi tiempo.


    David Bowie en 1980 siendo effortlessly cool, como solo él sabía.

    David Bowie in Kyoto, Japan, 1980 📷 Masayoshi Sukita (Andy Mackenzie en Bluesky)

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